Universidad de Málaga

José Medrano, ganador de 350 cc en el II Premio Internacional Costa del Sol y XIV Gran Premio Motociclista de Invierno de Málaga. Febrero, 1963.

José Medrano, ganador de 350 cc en el II Premio Internacional Costa del Sol y XIV Gran Premio Motociclista de Invierno de Málaga. Febrero, 1963.

Imagino a mi padre adivinando, entre las primeras filas de público, la compresión de pistones y el ajuste de cigüeñales y bielas que cambiaban la sangre líquida y explosiva del repostaje por la velocidad decidida de los pilotos de unas máquinas cada vez más rápidas, cada vez más fugaces, dejando atrás los años de la postguerra.

Como en aquel París de Ernest Hemingway —aquel amigo americano del maestro Ordóñez, que por entonces había decidido dejar atrás la Cónsula y su última posibilidad de felicidad— Málaga y su parque querían volver a ser una fiesta, intentando olvidar un época de tristeza y media ración a lomos de frágiles monturas metálicas de nombres, que con el tiempo, han conseguido resonancias de mito.

La velocidad de las “balas rojas” de las hispánicas “Derby” ponían color al gris de un parque que quería sonreír en domingo y abrir los pulmones al salitre de la “mar chica” del cercano puerto, y así respirar el orgullo de la ingeniería local de Ángel Muñiz y sus malagueñísimas AMS durante los grandes premios motociclistas del Invierno cálido, puntuables para el campeonato de una España que soñaba con quinielas de 14, con las suecas y el bienestar.

Tan solo los elegidos podían escapar a la libertad vigilada de los 600. Tan solo ellos investidos por el yelmo de raudo caballero de un casco de dudosa aerodinámica y estética de superhéroe de “todo a 1 euro”. Los Taveri, Del Val, Grace, Medrano, Florián Camathías, Gracia, Domingo, Santiago Herrero y hasta un joven Ángel Nieto cambiaron el casco por la corona de laurel. Tan solo los elegidos por la escurridiza diosa Victoria podían contar sus hazañas por la radio local para deleite de unos malagueños que identificaban en aquellas palabras al anual relámpago que giraba en el paseo de los Curas, una y mil veces, para alcanzar el primero la línea de la meta de una vida mejor. 

 

Pepelu Ramos

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