Era la España invicta, la España franquista, la de charanga y pandereta, la España de la copla, la de la furia española, la del gol de Marcelino a la Rusia comunista, la del cordobés y las gallinas, la España de pan y circo. Pero era también la España que evolucionaba sola, la que deseaba lo que veíamos fuera, la del rocanrol, la de los Beatles, la del pantalón acampanado, la de las melenas, la España que poco a poco intentaba pervivir a pesar de este Ruedo Ibérico, de una cultura ajena pero que deseábamos nuestra, externa pero ansiada como propia, que repuntaba en la Europa del Contubernio de Múnich mal que le pesara a los diarios de desinformación del régimen.
Sobre los colores de los vestidos de gitanas de Lola Flores, al son de las notas flamencas de El Pescaílla, sobre las mesas de madera de la Buena Sombra y la Valdepeñense o sobre el verde tapete en el que Di Stéfano driblaba a sus oponentes arrullado por los gritos enfervorecidos de sus seguidores, en ese conjunto de circo alegre y variopinto, se gestaba la España de hoy, nacían los conjuntos musicales, las veladillas de San Juan, las Comisiones Obreras, la Junta Democrática, la Platajunta y todos los intentos, con sus carencias, de ganarse un puesto en la Europa emergente que no entendía —ni entiende— de flamenco, de toros, de Furia Española ni de la madre que nos parió.
Era 1963. Teníamos diez años. Y tuvimos mucha suerte
FACTORÍA PLÁXTICA
Domingo Moreno & Víctor Sáez