Eran tiempos de gaseosa, muchas gaseosas. La Alcazaba logró casi aunar la cantidad de pequeñas fábricas de refrescos que se habían creado en cada uno de los barrios de Málaga. Algunas de ellas con nombres como La Perchelera, La Malagueña, La Pitusa y, sobre todo, aquellas naranjadas que se hacían en las bodegas Niágara, aquel Orange Crush que le daba color a tanto blanco y negro de la época, a tanto arrope incoloro. En mi casa no se fue muy consumidor de este líquido con edulcorantes y gas, como empezaron a informar en las caperuzas. Sí había botellas que servían para rellenar de agua y ponerla al fresco. Su tapón, a presión debido a un sistema muy seguro, hacía que la anaranjada arandela de goma cerrase de una forma estanca.
La Alcazaba, como gaseosa líder local, acometió una renovación muy importante al situar el producto en la modernidad por medio de la publicidad. Llenó las paredes de las tiendas y bares malagueños de carteles metálicos con su logo, compitiendo con la nueva marea de jarabes de zarzaparrilla que venían, con mucha fuerza, de allende de los mares. La idea de unir el producto con el televisor y la novedad y el estatus que el aparato daba a los poseedores, le dio un gran resultado en la difusión de la marca y de ventas. Las caperuzas, primero de papel y después de plástico, servían para garantizar el contenido de la botella y, como la fotografía muestra, para entrar en el sorteo y tener la posibilidad de poseer un magnífico y deseado aparato de televisión de 19 pulgadas, ¡en blanco y negro! Como la propia vida, como la época.
Juan Bautista López Blanco