El Kiosco de la Marina forma parte de la memoria histórica personal de cada uno de nosotros y nosotras, pero en mi caso, además de tener las parecidas experiencias a las de toda mi generación, cuento con una muy especial.Viví en Melilla hasta los once años y cada época vacacional tenía la ocasión de venir a ver a la familia. Llegar a Málaga era un acontecimiento largamente deseado, pues no solo tenía la ocasión de convivir con mi adorado abuelo materno, sino vivir y respirar la alegría de nuestra ciudad. Volver para los malagueños que hemos estado tiempo lejos, es una experiencia extraordinaria, yo era una niña que venía de una ciudad militar, gris y aburrida y llegar a Málaga, a su bello puerto flanqueado por palmeras y follaje de las mas lejanas procedencias, oír el bullicio de la gente, los pregones de la época, los coches de caballos, los taxistas charlatanes... Subir calle Alcazabilla, driblando la Aduana y la Alcazaba, hasta llegar a calle de la Victoria, zaragatera y graciosa, parar en la puerta de la ermita del Agua, la olorosa churrería de la esquina, el misterioso ámbito de la carbonería de enfrente y por fin, el abrazo de mi abuelo. Recuerdos insuperables.El Kiosco de la Marina, desde el barco, era el primer punto cardinal de mi llegada.
Mariluz Reguero